9 oct 2007

Cierre Cátedra Nacional de Pensamiento Latinoamericano

CIERRE CÁTEDRA NACIONAL DE PENSAMIENTO LATINOAMERICANO


“TRANSITANDO LA UNIDAD LATINOAMERICANA: PERSPECTIVAS Y DESAFÍOS”

MESA-DEBATE:
o Mgter. Graciela Cousinet
o Dr. Mauro Aguirre
o Dr. Roberto Follari
o Lic. Lilibeth Yañez
o Lic. Belquis Rojas(Cuba)
o Prof. Horacio Albornoz
o Sr. Ernesto Mancinelli


Miércoles 10 de octubre
17:30 horas
Aula Magna
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Universidad Nacional de Cuyo

16 ago 2007

DOCUMENTO CÁTEDRA NACIONAL DE PENSAMIENTO LATINOAMERICANO LA FALACIA DE LA DEMOCRACIA PARLAMENTARIA COMO MODELO IRREBASABLE

Roberto A. Follari

Lo vemos todos los días: frente a la aparición en Latinoamérica de nuevas modalidades políticas antiimperialistas que algunos han categorizado como de “populismo radical” (Evo Morales, Chávez), y la existencia de otros gobiernos que no se atienen del todo a las formas del parlamentarismo convencional (caso Kirchner), la reacción bienpensante de una parte decisiva del periodismo –a menudo ganado por una sorprendente ignorancia conceptual-, de la oposición política y de algunos intelectuales integrados, consiste en una actitud de indignada moral que pretende que estas modalidades políticas se estarían alejando de un modelo apriorístico-universal por completo indiscutible, tal cual sería el del parlamentarismo occidental, como modalidad de organización del Estado que deja intocados los mecanismos del capitalismo reinante.

Lo cierto es que la oposición a estos nuevos procesos políticos latinoamericanos pasa por oponerlos en un eje semántico malos vs. buenos, con aquéllos que signifiquen una izquierda afín a las formas políticas del republicanismo burgués, y que –no casualmente- resultan funcionales a los mecanismos del libre mercado económico: la Concertación chilena, el tibio gobierno de Tabaré en Uruguay –que comercia privilegiadamente con Estados Unidos-, el modo “civilizado” con que Lula ha tratado con los grandes empresarios.

No nos engañemos: no es que las derechas latinoamericanos vean con buenos ojos a Lula o a Bachelet. Pero frente al riesgo que creen ver en Correa, en Evo o en Chávez (Kirchner sería una versión “atenuada” de este populismo radical, no por ello tomada como aceptable), eligen el mal menor: de modo que gobiernos que la derecha no hubiera elegido, como los actuales de Chile o Brasil, son puestos como ejemplo al solo efecto de depotenciar la existencia intolerable de esa “parte maldita” (Bataille) que vienen a representar los modos “heterodoxos” de representación política que han aparecido en el subcontinente.

Sería importante hacer una breve referencia inicial a filosofía política: el pactismo liberal “a la” Habermas privilegia el acuerdo normativo sobre el conflicto de fuerzas; de tal modo, para esa versión el pacto es lo primero, y sobre él –y acorde a sus normas- se desarrolla el enfrentamiento político, “domesticado” de entrada por dicho pacto. Pero desde cierto marxismo, y sobre todo desde las derechas antiliberales, se ha propuesto que lo propiamente político es el enfrentamiento inicial, y que de él dependen posteriormente los acuerdos que pudieran realizarse (es lo que afirma Jorge Dotti en Argentina, retomando de manera heterodoxa a C.Schmitt): es decir, no hay garantía alguna de normas en común, de modo que en verdad los sistemas políticos no operan ninguna forma o guión “a priori” para resolver sus contradicciones, sino las resuelven acorde a relaciones que son siempre de fuerza, y siempre casuísticas y contingentes.

Si tomamos a fondo lo afirmado en el párrafo anterior, estamos entendiendo que el régimen parlamentario es expresión de cierta relación de fuerzas, y de ninguna manera una especie de “forma a priori” universal de lo político, tal como la apacentadora máquina de dominación neoliberal ha logrado imponer en los últimos años a buena parte de los intelectuales (1).

La democracia parlamentaria –así la denominaremos, aunque a menudo sus limitaciones en tanto democracia sean enormes- se presenta a menudo como forma universal, de la cual cualesquiera otras serían “desviaciones”, modalidades derivativas que habría que siempre comparar con el modelo ideal que tal democracia representaría. Esta enorme naturalización merece ser deconstruida: el parlamentarismo no cayó del cielo, no es la modalidad única posible de sistema político, ni carece de limitaciones e imposibilidades a partir de su propia modalidad constitutiva.

No cuesta advertir que la democracia representativa es enormemente delegativa; que el pueblo no delibera ni gobierna “sino por medio de sus representantes”, como dice la Constitución argentina; es decir, el pueblo elige, pero no delibera ni gobierna. Gobiernan representantes, los cuales es obvio que a menudo se desprenden por completo de sus representados; y aún cuando no lo hicieran, en todo caso son otros que sus representados.

Mecanismos más directos de ejercicio de la voluntad popular, como consultas, referenda, revocación de mandatos, etc., no son incompatibles con la democracia parlamentaria, pero no le son consustanciales; se puede prescindir de ellos, y de hecho es lo que habitualmente sucede. De tal manera, aquello de la democracia definida como gobierno “del, por y para el pueblo” tiene muy poco que ver con lo que se da efectivamente en el parlamentarismo.

Por cierto, puede alegarse consistentemente que es necesario que exista representación, pues en la complejidad de la sociedad actual sería imposible prescindir de mediadores a la hora de las decisiones cotidianas, como ocurriría con un autogobierno directo. Por mi parte, comparto ese argumento. Pero de ello a sostener que la participación ciudadana deba limitarse a elegir representantes cada cuatro o seis años, evidentemente hay un salto muy grande. Salto que la democracia parlamentaria (dentro de la cual incluyo, es obvio, los regímenes “presidencialistas” que sostienen parlamento dentro de la división de poderes) realiza sin inconvenientes, pretendiendo que el elegir representantes basta para legitimar los regímenes políticos, o al menos para dar la base mínima necesaria de tal legitimación.

Podría –y debiera- haber modos más directos de ejercicio de la soberanía popular, que la democracia parlamentaria habitualmente no incluye: herramientas de cancelación del mandato de los dirigentes electos, iniciativas populares que deban ser aceptadas con un número mínimo de firmas, asambleas periódicas de vecinos o de ciudadanos. Todo eso es democracia, pero no está incluido en el mecanismo delegativo de la democracia parlamentaria.

De tal modo, la repetida apelación a lo supuestamente escandaloso que habría en los liderazgos directos de los gobernantes como Chávez o Evo, pierde su razón de existencia. Pareciera intolerable que el líder se relacione “directamente” con la población, lo que supuestamente importaría un abandono de las instituciones. ¿De cuáles? ¿Desde cuándo es obligatorio que para que un mandato popular se valide, tenga que pasar necesariamente por el parlamento? ¿la relación directa de grandes sectores de la población con un dirigente es intrínsecamente totalitaria? ¿por qué habría de serlo? ¿no lo será más, la imposibilidad de las grandes mayorías de acceder a los secretos acuerdos de las discusiones parlamentarias? En varios aspectos, la participación de la población es más directa y activa en regímenes de liderazgo personal y masivo, que en aquellos a que habitualmente se llama “democráticos”, estos últimos con instituciones que a menudo están por completo disociadas de la mayoría de la población.

El eje democracia/dictadura y la sacralización del libre mercado

Es cierto: la democracia parlamentaria provee –al menos idealmente, y siempre parcialmente en los hechos- el cuidado de los derechos civiles y humanos, el respeto (siquiera sea por omisión del Estado) respecto a las libertades individuales. Y ello no es una cuestión menor, dado el atropello que las dictaduras han realizado de dichos derechos, arrasándolos literalmente durante las décadas del sesenta al ochenta en no pocos países de Latinoamérica.

De aquella oscura experiencia se ha aprendido: sin dudas que democracia parlamentaria no es lo mismo que dictadura militar; y que ambas no son, simplemente, formas intercambiables de la dominación económica capitalista. Verlo así, implicaría no dar a lo político ninguna entidad propia, pensarlo como una especie de entelequia abstracta, por completo ajena a la materialidad. Pero reunirse, transitar, permanecer vivo, son cuestiones tan elementalmente humanas como decisivamente materiales, a las cuales hay que defender con toda energía. Y sostener la democracia parlamentaria contra las dictaduras, implica sostener esa defensa (por más limitaciones que tal democracia conlleve, algunas de las cuales ya hemos destacado).

Pero algunos políticos e intelectuales exageraron la nota. Es válido entender entonces que la democracia parlamentaria, por más parcial y limitada que sea, es efectivamente una forma de ejercicio donde se pone límites a los atropellos que podría cometer una dictadura. En ese sentido no es una democracia “formal” exclusivamente, como cierta izquierda ha solido entender. Pero, a contrario sensu, no podría pretenderse que, con ello, la democracia parlamentaria conlleva todo lo que de democrático pudiera pedirse de un sistema político.

Una democracia radical (es decir, que se realice “de raíz”) es mucho más que ello, aunque mantiene las nociones de libertad de reunión, de credo, de tránsito, de asociación, etc. Pero incluye estas libertades, rebasándolas: además sostiene formas de participación directa que la democracia parlamentaria no incluye; a la vez que es más coherente en la salvaguarda de los derechos civiles, al atender lo económico como aspecto que limita/condiciona el ejercicio de la ciudadanía dentro de la modalidad capitalista de división de clases sociales.

El eje de discusión democracia/autoritarismo (sutilmente este último reemplazando a dictadura), implica abandonar el de capitalismo/socialismo, o, si se quiere, desigualdad-igualdad económica entre sectores y clases sociales. Al haberse hecho desaparecer este último eje como si el primero lo incluyera (lo que es obvio que no ocurre) o lo “superara” –lo cual no pasa de ser una pretensión por completo imaginaria-, se ha conseguido ocultar sistemáticamente la cuestión de la justicia distributiva como espacio central de la discusión sobre lo democrático. No hay democracia para los marginados, los desocupados, los que permanecen en la indigencia. O si algo de ella hay, es en ínfima medida. El capitalismo pone límites a la democracia, y la deteriora intrínsecamente. Influye en las decisiones de los gobernantes desde el poder económico, y excluye a amplios sectores sociales de los beneficios de su pertenencia a la comunidad (2).

Esto es exactamente lo contrario a lo que sostiene la vulgata impuesta en los últimos lustros, a partir del auge neoliberal. Este último selló a fuego la identidad semántica entre libertad en general, y libre mercado. De tal modo, la libertad de comerciar –en uso sólo para quienes disponen de capital previo para intervenir- se asume como si fuera “la madre de todas las libertades”.

Si hay libre mercado hay libertad, se afirma, negando las groseras evidencias en contrario (regímenes como el de Pinochet fueron adalides del libre mercado, como también otros muy poco democráticos aunque hayan sido elegidos, como el de Fujimori en Perú, o el de Uribe en Colombia) (3). Y si hay libertad hay libre mercado, se propone, cuando gobiernos enormemente respetuosos de las libertades públicas como los de la socialdemocracia sueca, han sostenido altas tasas de impuestos desde el Estado limitando radicalmente al libre mercado, y siendo a la vez ejemplos de democracias abiertas y plurales.

Pero no importan las evidencias; el par imaginario democracia-libre mercado ofrece pingües beneficios de legitimación para el gran capital (que –no está de más recordarlo- fue el mismo que se asoció a las dictaduras y las impulsó, cuando vio amenazados sus intereses en la época de los años sesentas y setentas).

Lo cierto es que a estas estratagemas discursivas de fuerte arraigo en el sentido común que se ha logrado imponer desde los años noventas en Latinoamérica, hay que sumar el hecho de que el neoliberalismo se hace irrefutable. Y no porque sea muy sólido en su relación con los hechos de la realidad, sino simplemente porque no se relaciona con ella; aparece como un “modelo ideal abstracto” que nunca es tocado por las refutaciones desde lo real. “Los problemas del libre mercado se resuelven con más libre mercado”, se pregona alegremente. Hinkelammert lo demostró bien en su momento: como siempre hay algún gasto estatal para mantener siquiera la represión y el control social, siempre el libre mercado puede echar la culpa de los males que él mismo produce, al supuestamente excesivo gasto del Estado. Este último siempre es responsable, y como algún margen de Estado siempre queda a pesar de los más crudos avances privatistas neoliberales –y el Estado mínimo sirve para garantizar esos avances- en toda ocasión se puede alegar que falta privatizar un poco más. Una perversa manera de sostener las propias postulaciones sin someterlas jamás a prueba alguna (4).

A la vez, hay un deslizamiento semántico muy curioso desde la noción de dictadura hacia una vaga idea de “totalitarismo”. No puede decirse que Chávez dirija una dictadura: ha ganado siete elecciones consecutivas, contra una prensa y un gran empresariado que lo han enfrentado de manera abierta y permanente. Pero entonces, se dirá que su ejercicio del poder está infestado de personalismo, liderazgo carismático y por ello antidemocrático y extrainstitucional, que persigue a la prensa libre (basta ver TV en Venezuela para advertir cuánto se puede decir allí contra las autoridades constituidas) y otras muchas acusaciones parecidas, a través de las cuales el segundo polo del eje democracia/dictadura se superpone con aquellos que no siguen el libre mercado; según el credo neoliberal, serían quienes no siguen el ejercicio de la libertad.

De tal modo, se connota que los gobiernos latinoamericanos que provisoriamente hemos llamado “populistas” (sin asumir por nuestra parte lo que de peyorativo suele asociarse a dicha denominación), serían poco menos que “dictatoriales”. De un lado, la democracia de libre mercado; del otro, los populismos que arrasarían con las libertades, casi de la misma manera que una dictadura.

Lo grotesco es que se parecen bastante más fielmente a una dictadura, ciertas democracias parlamentarias sumamente condicionadas; tal el caso de Uribe en Colombia. Los ataques a Evo Morales o a Chávez mientras se silencia la cuestión colombiana –donde el gobierno es un firme aliado de los Estados Unidos-, muestran de modo desnudo la hipocresía de toda esta trama discursiva: gobiernos de “mano dura” con derechos civiles recortados, si están con el libre mercado, son súbitamente asumidos como democráticos. Y gobiernos que sostienen más libertades en los hechos, y que además mejoran las condiciones sociales y económicas de los excluidos del ejercicio de la ciudadanía, son considerados no-democráticos o anti-democráticos.

Por cierto que el ruido mediático va en esta dirección en no pocos de nuestros países; incluso en algunos de ellos (Argentina, Venezuela) los medios son la principal oposición a los gobiernos de Kirchner y de Chávez, ante la falta de posibilidad de articular una oposición política suficientemente creíble, y que convenza de que pueda llevar a cada una de estas sociedades a una mejor situación que la que hoy tienen.

Colabora a ello no sólo la mala fe de los dueños de muchos de los medios más exitosos, sino la flagrante ignorancia de un sector nada menor del periodismo, que no realiza estudios específicos, y se deja llevar por la versión hegemónica y el sentido común más ramplón, a la hora de analizar la situación política de nuestros países (5).


Digresión sobre populismo

El del populismo es un tema complejo, que requeriría un trabajo aparte de éste: por ahora, sin embargo, haremos una cierta aproximación, a los fines de re-semantizar esta categoría, que ha gozado de muy mala prensa habitualmente.

Una de las cuestiones a plantear es por qué el populismo “vuelve” siempre en Latinoamérica, aun cuando muchos creíamos que las condiciones que lo habían posibilitado están agotadas. Ya sin espacio para burguesías nacionales relativamente autónomas, o para un mercado interno que pudiera protegerse del librecambio internacionalizado, parecía que las bases económicas para el populismo ya no existían.

Pero evidentemente, el fenómeno populista no es sólo económico, o no es sólo la superestructura política de una cierta específica condición económica. En ello, E.Laclau ha mostrado tener cierta razón: si bien él ha llevado demasiado lejos la comprensión de la política como fenómeno puramente discursivo, muestra convincentemente que lo político no puede ser reducido a lo económico (6). El populismo sigue entre nosotros –o vuelve en nuevo formato- aun cuando las condiciones económicas son muy otras que aquellas en las cuales tuvo su auge (Perón, L.Cárdenas, el primer Paz Estenssoro, Goulart, Velasco Ibarra).

Notoriamente, hay ciertas condiciones de lo cultural que permiten e impulsan el liderazgo personalista en Latinoamérica. Nuestros países no pasaron por el protestantismo con su insistencia en el albedrío y el destino individuales, sino por el catolicismo y su fuerte raigambre comunitario-paternalista: es éste un dato no menor en la constitución del imaginario acerca de lo político en nuestro subcontinente.

A su vez, hay otras condiciones que sí tienen que ver con lo económicosocial, y que pueden ser factores que cointervengan en ese sentido: tenemos en nuestros países a un amplio abanico de sectores sociales no ciudadanizados; los cuales por marginación, miseria, analfabetismo, etc. (factores no independientes entre sí, por supuesto), no participan en absoluto del acceso a los bienes y servicios que se supone son propios de quien está integrado a lo social. El resultado es esperable: por una parte, la expectativa de algún salvador que haga el milagro de salir de un golpe de la miseria y la exclusión; de tal modo, la aceptación de liderazgos unipersonales carismáticos. Por la otra, ningún apego por las formas republicanas establecidas: ellas se aparecen abstractas, resultan efectivamente ajenas, desconocidas en su funcionamiento, y evidenciadas como ineficaces para resolver los problemas cotidianos. Por ello, a estos grupos sociales tales formas institucionales no les importan en lo más mínimo; una condición muy diferente de la que acaece con las poblaciones muy mayoritariamente integradas y letradas que se encuentran en las sociedades del capitalismo avanzado de democracia parlamentaria.

Por otra parte, la debilidad de la sociedad civil en nuestros países, hace que el parlamento –tanto como el sistema político en su conjunto- pueda desligarse fácilmente de las ataduras que otros sistemas tienen frente a sociedades con mayor peso para presionar. Las instituciones del sistema político en Latinoamérica son fácilmente colonizadas por el capital y el consiguiente peso e influencia de los más poderosos, descuidándose así la necesidad de una legitimación relativamente universalista, que incluya a todos los sectores sociales.

Esto también colabora al descreimiento colectivo respecto de las formalidades de la democracia parlamentaria, las cuales no funcionan de igual manera que en sociedades que son menos polarizadas, y más escolarizadas. A su vez, esta colonización del sistema político por el capital lleva a que la –en términos ideales sin dudas deseable- distribución no centralizada del poder político, conlleve una enorme debilidad intrínseca en relación con el poder económico.

El corolario de lo que acabamos de afirmar se resume fácilmente: se requiere cierta concentración de poder político si se quiere enfrentar -en las sociedades latinoamericanas-, al poder económico. No es casual que surjan los liderazgos unipersonales, calificados de “carismáticos”: se los apoya porque resultan eficaces. A la hora de una estatización de empresas, o de negociar con el Banco Mundial o el FMI, se requiere de liderazgos definidos, y de la posibilidad de concentrar fuerzas frente a adversarios muy poderosos a nivel internacional y local.

En todo caso, es curioso que la forma organizativa del partido, que está fuertemente desprestigiada y no genera arraigo ni entusiasmo casi en ninguna parte del mundo, pretenda asumirse como la modalidad “universal/a priori” válida de organización política, para enfrentar a partir de ella a los liderazgos personalistas latinoamericanos, vistos como una ofensa a la democracia efectiva. ¿Qué democracia podrían asegurar los partidos políticos? Por lo menos en su modalidad actual o las cercanas, es claro que muy poca (7).

Lo cierto es que el populismo, pasada su versión de los años setentas, ha mostrado que no hay modernización que le impida reaparecer –contra lo que se imaginó en tiempos del desarrollismo-; y, por cierto, que está muy lejos de ser “irracional” o siquiera “a-racional”, como plantean no pocos autores, de manera explícita o implícita. Llamar irracional al seguimiento carismático es sostener una noción perimida y mínima de lo racional, que limita esto a lo intencional-conciente; según esa versión sería racional sólo lo previamente “razonado”.

Pero llorar cuando tenemos dolor, es racional; gritar cuando nos atacan es racional, en tanto son reacciones sobre cuya pertinencia podemos argumentar consistentemente. Todo aquello que podemos defender argumentativamente resulta racional; de modo que son situaciones no razonadas “a priori”, sino a posteriori (o, mejor, simplemente situaciones pasibles de ser razonadas, aunque a menudo no las hagamos efectivamente argumentadas).

Este breve paso por la filosofía lo damos para argüir contra las groseras calificaciones de “irracionalismo” en contra de los populismos efectivamente existentes. Estos podrán ser más o menos beneficiosos para aquellos a quienes afectan, pero de ningún modo serían rechazables por ser “menos racionales” que los sistemas políticos que pasan por las (no siempre) sesudas argumentaciones en la discusión parlamentaria.

Por otra parte, hay en la tradición teórica un término que remite a un fenómeno en parte análogo al del populismo: el del cesarismo, según la postulación gramsciana. El autor italiano, siempre especialmente atento a lo específicamente político, remitió a esa categoría para pensar el caso de quienes, a partir de una situación nacional especialmente antagónica, en un determinado momento aparecían como salvadores de la Nación, al ponerse por encima de las fracciones en pugna. Se trataba también de un liderazgo advertido como providencial, que podía –según el caso- ser conservador o progresivo.

La diferencia con el populismo, es que éste siempre incluye un enemigo “externo” a la Nación misma, y por ello, no necesariamente proviene de un antagonismo interno previo, aun cuando en muchos casos se dé este último fenómeno (caso de Perón en Argentina desde 1943 hasta llegar a la presidencia en 1945). Pero por otra parte, el populismo mantiene la característica gramsciana de que puede ser reaccionario o renovador, ir a favor o en contra de los intereses de los sectores populares y subordinados.

Los populismos, por ello, responden a la caracterización inicial de Laclau según la cual su contenido es variable, respecto a los intereses de los sectores sociales involucrados. Si bien el autor argentino radicado en Inglaterra tomó esta noción desde una visión althusseriana de lo ideológico (que remite al concepto de “interpelación”), es notorio que pese su sedicente antihistoricismo (8) el teórico argelino-francés reasumió –dentro de otro formato conceptual- el legado de Gramsci, como se hace obvio en su noción de “aparatos ideológicos del Estado” (9).

Aquí coinciden –entendamos que causalmente o no- Laclau con Gramsci: el fenómeno de liderazgo personal carismático de masas, puede ser retrógrado o progresivo. Laclau insistirá en que la cuestión es discursiva: el populismo antagoniza al pueblo contra algún enemigo que ocupa el otro polo de dicho antagonismo. Qué se entienda por “pueblo” variará según el caso, y en aquella concepción inicial Laclau lo extremaba tanto como para incluir en esta caracterización a Mao por una parte, y a Hitler en el otro extremo.

Por nuestra parte, dejaríamos de lado la categoría de populismo para referirnos a situaciones del capitalismo avanzado, pues estas condiciones discursivas a nuestro juicio se hacen eficaces sólo sobre cierto específico andamiaje socioeconómico material. La remisión de Mao a la estructura del Partido Comunista nos hace poco plausible su inclusión –el líder estaba limitado fuertemente por la estructura partidaria-, dado que los líderes populistas hacen su legitimación desde sí mismos, mucho más que por remisión a algún legado ideológico u organizativo previo.

Por otra parte, los populismos no son expansivos; implican privilegiar al pueblo sobre las elites, pero no al propio pueblo por sobre los pueblos vecinos (o no tanto), como sucedió en el caso del nazismo.

Asumiendo, entonces, la inherencia del populismo a ciertas condiciones sociohistóricas que lo hacen muy predominantemente –aunque no exclusivamente- latinoamericano (10), y en todo caso propio del capitalismo periférico, está claro que ha habido populismos conservadores (el caso de Velasco Ibarra en Ecuador es preciso al respecto), y otros progresistas (en su tiempo, podemos agregar Torrijos a personajes como Cárdenas o Perón).

A su vez, el “populismo radical” al que ahora asistimos es inédito previamente: con referencias al “socialismo del siglo XXI” en Chávez, o a hermanarse con la figura del Che Guevara en el caso de Evo Morales, o al hablar de “socialismo” el día de la asunción como Correa (11), esta vez el populismo realmente existente mantiene la veta del liderazgo personal y el rechazo –no siempre explícito- a la mediación parlamentaria.

Pero en esta ocasión histórica tiene un tinte anticapitalista mucho más marcado que el de sus antecesores, los mejores de ellos reformadores al interior del capitalismo mismo. No por nada Condoleezza Rice ha hablado de los populismos radicales como el nuevo enemigo de los intereses estadounidenses en Latinoamérica.

Populismos que (a pesar de lo atacada que ha sido su denominación) constituyen modos definidos de asunción de los intereses de los sectores subordinados, efectivamente mayoritarios en sus respectivas sociedades. Los cuales –muy imperfectamente por cierto, pues las realidades sociales en las que se insertan distan de ser perfectas- son modos de ejercicio democrático mucho más genuinos que las sedicentes democracias parlamentarias, las que más de una vez son casi exclusivamente una cortina de legitimación de la explotación y la desigualdad social extremas.



Notas y referencias

(1)Esto es muy patente a nivel mundial, y también latinoamericano. Quizás el caso mexicano sea el más acentuado en ese sentido. Puede verse escritos instalados en la más cómoda presuposición de “limpieza” democrática procapitalista, p.ej. Hernández Rodríguez, Rogelio: “Los intelectuales y las transiciones democráticas (de la inconformidad como oficio a la responsabilidad política)”, cuyo nombre es de por sí bastante elocuente; en el libro de W.Hofmeister y H.Mansilla: Intelectuales y política en América Latina (el desencantamiento del espíritu crítico), Homo Sapiens, Rosario, 2003; también Salazar Carrión, Luis: “Hirschman y las retóricas de la intransigencia”, en VV.AA., Los intelectuales y los dilemas políticos en el siglo XX, FLACSO-Triana ed., México D.F., 1997, tomo I ; en el caso de Salazar, cambió el contenido de sus certidumbres pero no la actitud de sostenerlas tenazmente, desde cuando escribía textos de un crudo cientificismo de corte althusseriano.

(2)Atilio Borón ha dedicado varios artículos en los últimos años a demostrar la contradicción intrínseca entre ensanchamiento democrático y mantenimiento del capitalismo.

(3)El caso de M.Friedman como asesor de la dictadura chilena fue especialmente elocuente al respecto. Friedman no tuvo problema alguno para colaborar con un gobierno que destrozó el respeto por los derechos humanos, y que acabó por la fuerza con una administración elegida en elecciones transparentes. No hubo mínima contradicción para él entre libre mercado y dictadura. Sólo que, cuando hacia comienzos de los ochentas el modelo económico pasó por una crisis que llevó a que Pinochet prescindiera de sus servicios, Friedman halló una salida elegante para su colaboracionismo, declarando que quizá era imposible que una dictadura pudiera hacer funcionar una economía de mercado como la que él preconizaba.

(4)Hinkelammert, F.: Crítica de la razón utópica, DEI, San José de C.Rica, 1986

(5)Los “maestros” periodistas en estas posiciones son bien conocidos: Andrés Oppenheimer, Alvaro Vargas Llosa, Mariano Grondona, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Montaner...las ciencias sociales ausentes por completo, y sin aviso.

(6)Laclau, E.: Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI, Madrid, 1978

(7)El desencanto con la política existente y el “fin de las ideologías” ligado a la in-diferencia hacia la organización del gobierno, se expresan múltiplemente en la literatura europea sobre Filosofía política y ciencias sociales. Algunos ejemplos: Baudrillard, J.: La izquierda divina, Anagrama, Barcelona, 1985; Guéhenno, J.: El fin de la democracia (la crisis política y las nuevas reglas del juego), Paidós, Barcelona, 1993; Ranciere, J.: El desacuerdo, Nueva Visión, Bs.Aires, 1996

(8)Althusser, L.: La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México, 1968

(9)La noción está tomada –notoriamente, aun cuando modificada- de la categoría gramsciana de “aparatos de hegemonía”, y mantiene la característica que ésta plantea, de no remitir necesariamente al aparato administrativo-estatal.-

(10)Ha habido casos de populismos asiáticos o africanos que habría que analizar en su especificidad, casos Nerhu, Nasser o Sukarno.-

(11)En el momento de escritura del presente texto (febrero 2007) acaba de ascender Correa como presidente, enfrentando no pocas dificultades y obstáculos. No puede predecirse si su puja con el Congreso –típica de las contradicciones a que refiere nuestro artículo- será finalmente ganada o no. Sí es visible la radicalidad ideológica a que adscribe el presidente ecuatoriano.

19 jul 2007

Reflexión sobre el 'trabajo social'


Todos comprendemos la complejidad que caracteriza a lo social, el entramado de relaciones por las que esta compuesto, la multiplicidad de factores que intervienen en su conformación; y entendemos también que es necesario dilucidar dicha trama para así poder conceptualizar las problemáticas sociales y por medio del conocimiento, realizar acciones transformadoras de dicha realidad.


El plan de estudio 99` significo un gran avance en la concepción ideológica de la carrera, ya que por primera vez se articularon los conocimientos en base a un cuerpo teórico determinado (Cuestión Social), se concibió al Trabajo Social articulado a concepciones epistemológicas, las cuales se relacionan de manera directa con los modelos teórico-metodológicos que han existido a lo largo de la disciplina. Esto ha logrado que se desmitifique el paradigma religioso-voluntarista en el que estaba la intervención profesional, dotándola de un carácter técnico, operativo-instrumental; lo cual fue necesario en otro contexto, atravesado por otro tipo de variables, diferentes a las que hoy nos muestra la realidad.


También comprendemos que siempre ha existido un interés por parte de los grandes grupos en los que se concentra la riqueza, de que el trabajo social, sea un mero instrumento que valide ciertas prácticas sociales, es por esta razón que nuestra carrera sufre de un vacío teórico-metodológico, lo cual impide el cuestionamiento permanente de la realidad.


Porque entendemos que el cuestionamiento debe ser permanente por la dinámica propia que caracteriza lo social, es que analizamos ciertas falencias en el actual plan de estudio; algunas que requieren de revisiones teóricas e ideológicas y otras que se relacionan al orden de la currícula o al dictado y/o articulación de los contenidos en las materias:

  • Falta de lectura crítica de la realidad y de las problemáticas sociales actuales y regionales.
  • Falta de producción de conocimientos.
  • Falta de lectura política, lo cual repercute en el posicionamiento político del trabajador social.
  • Falta de análisis institucional y organizacional.


Falta de lectura crítica de la realidad y de las problemáticas sociales actuales y regionales


Pareciera ser que con la “Cuestión Social” todo tiene explicación, que ya se encontró la causa principal de los problemas sociales que a diario abordamos, por lo que no es necesario seguir cuestionando la realidad y buscando nuevas formas o expresiones de la misma. Se han simplificado las explicaciones; y existe una desarticulación a la hora de contextualizar en el aquí y ahora a las problemáticas. Además que el cuerpo teórico que utilizamos para explicar nuestras problemáticas provienen de una realidad diferente, con diferentes expresiones y particularidades. Es necesario problematizar y cuestionar nuestra realidad, ya que es cambiante y compleja, y no existe teoría que la explique de una vez y para siempre; y comprender que los procesos no se dan aislados, sino que responden a características propias de cada contexto; y que las problemáticas regionales, nacionales y latinoamericanas, no responden a las mismas características que en otros lugares que describen los textos.


Falta de producción de conocimientos


Cuando no existe una lectura crítica de la realidad y de las problemáticas, lejos se puede producir nuevos conocimientos que articulen nuevos conceptos con el contexto, que lo problematicen, que lo cuestionen, no sólo a los problemas, sino también a los conceptos anteriores que daban explicación a esta realidad.


Creemos que el Trabajador Social, por la particularidad de su quehacer profesional y su contacto con la realidad es el más indicado para llevar a cabo instancias de investigación, entendiendo la investigación no solo como una parte del proceso metodológico, sino también valiosa en sí misma, ya que aporta de insumos teóricos que permiten conocer la realidad.


Pero también entendemos que la producción de conocimiento no es monopolio de los claustros, ya que éste se genera y distribuye en el conjunto de la sociedad. Reconocemos a los actores sociales, como sujetos de conocimientos y saberes, y que la teoría no puede escindirse de la realidad; como muchas veces se pretende, sino que en el accionar profesional y en diálogo permanente con esta realidad y sus actores es que se genera el conocimiento compartido.


Falta de lectura política, lo cual repercute en el posicionamiento político del trabajador social


Muchas veces se intentó dejar de lado y ocultar el rol político del Trabajador Social, asociando este concepto a estructuras partidarias, concepto impuesto en la década del 90`. No es casualidad que el plan 99` no aborde la temática, ya que el contexto era diferente y las concepciones de política de la época también lo eran. Lo cierto es que aunque se reconozca o no, es una realidad.


Mucho se habla hoy en día de lo ético-político en el Trabajo Social, sin embargo, no se habla de ocupar lugares de poder que permitan cambiar situaciones de desigualdad estructurales, no se piensa al Trabajador Social como planificador de políticas sociales, sino como mero ejecutor; ni se piensa en legislación y Trabajo Social y ¡cuánto! nuestra disciplina, en permanente contacto con la realidad, tiene que aportar a dichos campos. Criticamos las políticas, los programas y proyectos desarticulados de la realidad, pero no generamos mecanismos de participación social, ni aportamos nuestra mirada en la elaboración de los mismos.


Es necesario comprender que lo social esta articulado con diversos factores entre los cuales está lo político, lo económico, lo cultural, y negar uno de estos factores es simplificar la realidad.


Falta de análisis institucional y organizacional


El accionar del Trabajo Social se encuentra en la mayoría de los casos en el marco institucional u organizacional. Esto requiere del futuro Trabajador Social la capacidad de análisis institucional; entendiendo como análisis no la simple tipificación o descripción, sino la comprensión de la dinámica institucional, del papel que juega en el entramado social, reconocerla como actor que direcciona el quehacer profesional. Mucho se habla de la institucionalización del Trabajo social, y del sistemático acostumbramiento que producen las instituciones; sin embargo, si no se conoce la dinámica institucional, si no hay insumos teóricos que permitan conceptualizar dicha realidad, no se pueden generar estrategias de acción que permitan la superación de este obstáculo epistemológico.


Ante este análisis es que llegamos a la conclusión de que el perfil del graduado se caracteriza por ser tecnocrático, operativo- instrumental; con dificultades para posicionarse política e ideológicamente. Con un vacío epistemológico que impide la producción de nuevos conocimientos y la elaboración de nuevos modelos metodológicos que articulen la teoría con la realidad.


Pero también reconocemos, que el graduado de trabajo social no ignora la realidad, ya que existe un permanente contacto con la misma, logrado por el sistema de prácticas pre-profesionales; el cual es necesario articular con la producción de nuevos conocimientos; y de esa forma adquirir la capacidad de permanente cuestionamiento y conceptulización de las problemáticas.


PROPUESTAS:


Como mencionamos anteriormente, hay discusiones que se deben plantear desde el plano de lo ideológico, para reformar el plan de estudios, pero también entendemos que hay aspectos concretos que se deben realizar para lograr superar las falencias anteriormente descriptas:

  1. Incorporación de materias, o contenidos a materias ya existentes, que amplíen el bagaje teórico, para lograr un análisis critico de la realidad y del contexto:
    • Historia Social Latinoamericana
    • Análisis De La Realidad Argentina
    • Estado Y Políticas Publicas
    • Teoría De Las Organizaciones Y Análisis Institucional
    • Políticas Sociales Y Política Económica
    • Políticas Sociales Y Planificación
    • Trabajo Social Contemporáneo.
  2. Revisar los contenidos y el año de cursado de materias que ya se encuentran en el plan de estudio:

· Epistemología de las Ciencias Sociales debería encontrarse en los primeros años, para lograr una mejor comprensión de los procesos metodológicos específicos del Trabajo Social y aquellos relacionados a la investigación. Para lograr esto, seria necesario ampliar los insumos teóricos de primer año.

· Revisar los contenidos de materias como Problemática Educativa, Problemática del Trabajo y la Seguridad Social,

· Articular de manera integral los talleres, no realizando una división con respecto a los modelos de abordaje, sino buscando la integración de los mismos.

· Revisar los tiempos de duración de las prácticas, los centros de prácticas y los criterios metodológicos de producción. Promover desde las metodológicas la producción y la investigación.

· Revisar la bibliografía y exigir la actualización de los profesores que dictan las cátedras.

Entendemos que este es un proceso complejo que requiere la búsqueda de la articulación entre el contexto y el diálogo permanente con el mismo. Es por eso que necesita la participación de todos los claustros y también priorizar las demandas de la sociedad, ya que el conocimiento generado debe articularse permanentemente con todos los sectores de la misma.




SUR MOVIMIENTO UNIVERSITARIO







18 jul 2007

Movimiento Sur en marcha contra la discriminación



El movimiento universitario Sur participó, en el marco del Carrusel, de la marcha a favor de la diversidad etnica, religiosa, cultural y sexual.

17 jul 2007

Macrocefalia, y el "nosotros" porteño. Elecciones y acumulación popular.


Daniel Ezcurra

Director del ISEPCI, Coordinador de las Cátedras Bolivarianas de la UPMPM.

Los atenienses, se sabe, sostenían la democracia como una forma de gobierno para los iguales. Para los 90 mil ciudadanos que constituían el “nosotros” de la Polis frente a los 365 mil esclavos, esos que según Aristóteles le debían su condición a la naturaleza y no a una determinación social que los convertía en el motor humano de la ciudad “cuna de la civilización”. El otro sostén de la democracia era lo que Federico Engels llamó, creo que no sin ironía, “el ejército popular de la democracia ateniense”.

Si uno se toma el trabajo de seguir el razonamiento del colega y amigo de Carlos Marx en un texto; sugestivamente -para estas periféricas pampas- llamado “Barbarie y Civilización”, escrito en 1884, (es decir cuando los epígonos locales de esa civilización ya habían ajustado cuentas en el Río de La Plata con los representantes más caracterizados de la barbarie: el bárbaro Estado del Paraguay del bárbaro presidente Solano López y las bárbaras montoneras federales de los bárbaros caudillos que rechazaban el progreso servido en las modernas bocas de los fusiles de la afamada casa Remington); podrá observar que el pensador alemán caracteriza al sufragio universal en los marcos de una república democrática como “el índice de la madurez de la clase obrera”, es decir de la fuerza más característica de la transformación social de aquél entonces.

El resultado de las pasadas elecciones en la ciudad autónoma de Buenos Aires, la civilizada “Atenas del Plata”, la cabeza de ese Goliat macrocefálico y subdesarrollado que habitamos; nos permite trazar una parábola entre las dos ideas anteriores.


Las ideas –propias- no se matan. Se disimulan.

En una campaña signada por la similitud de lo enunciado (bien miradas, las tres campañas principales daban cuenta del “deber ser progresista” identitario de la ciudad), la mayoría de los porteños eligió con precisión quirúrgica a quién impostaba su real imaginario debajo de lo políticamente correcto.

A este resultado concurrieron distintas causas a saber: Por un lado, es útil recordar que en el desenvolvimiento de un determinado escenario, aquellos sectores que poseen mayores resortes reales para modificar o imponer las reglas principales del devenir tienen mayor responsabilidad política sobre el mismo.

El gobierno nacional tomó dos decisiones que impregnaron la elección: 1- No aceptar, cuando la campaña no estaba lanzada aun, a Jorge Telerman como su candidato en un distrito particularmente difícil para el kirchnerismo, contrariando de esta manera su táctica de alianzas desarrollada en buena parte del país con figuras tanto más cuestionables que el jefe de gobierno porteño. 2- Una vez ungido Daniel Filmus como su representante, privilegiar un encarnizado enfrentamiento con el calvo intendente permitiendo, el despliegue sin sobresaltos de la estrategia macrista.

Macri, desplegó un perfil propositivo, pluralista, no confrontativo, con eje en la propuesta y la gestión (obviamente sin precisar como hará para cumplir con sus genéricas promesas), acertando además en la exposición fuerte de Gabriela Michetti (todo un símbolo del conservadurismo en envase atractivo) y en la pose de víctima de las “agresiones” del gobierno. Es decir camufló su proyecto real en el mismo edulcorado “progresismo” de la media de la ciudadanía porteña.

Después del contundente 45% de la primera vuelta, sus contendientes gastaron recursos y tiempo (bienes escasos por definición) en demostrar lo que “la gente” precisamente eligió votar; que Mauricio es Macri. Es decir, aquel que, sin decirlo, garantizaba que Atenas siga siendo para los iguales. Aquél a quien encomendarle la tarea sucia de poner en su lugar a los cartoneros, piqueteros, travestis, motoqueros, repartidores de delivery, fuertemente pigmentados que abusan del hospital público y de la escuela pública y otros tantos indeseables que aparecen como un molesto recordatorio de que el boom de consumo de las clases medias y altas esconde la todavía ofensiva brecha en la distribución de la riqueza.

Y ello nos instala en lo que es un secreto a voces; la pervivencia de la lógica neoliberal en el corazón de las relaciones sociales. Esa lógica que “la gente” suele ver con bastante más nitidez en la supervivencia de los impresentables de la política que en su propia práctica cotidiana. O en todo caso como si un fenómeno no guardase absolutamente ninguna relación con el otro.


Carlos tejedor y la ausencia de la esperanza distribucionista

La autonómica Goliat votó, como otras veces en su historia, afirmar su bonanza económica a través del exclusivismo político. Y esto, en una ciudad que en 1880 fue a la guerra civil -con el ultraporteñista Carlos Tejedor a la cabeza- para evitar su nacionalización como capital federal -cuando los que se habían hecho con el manejo de la nación eran sustancialmente sus mismas clases dominantes- es mucho decir.

Mauricio es la elección de la clase media alta y alta que votó contra la “chusma” del conurbano, contra ese remedo de las montoneras federales (los excluidos del siglo XIX) que son los movimientos de desocupados, contra el “aluvión zoológico” responsable, según su simplista visión del mundo, de la inseguridad. Votó del kirchnerismo su modelo de gestión económica pero sin la indigerible y poco elegante figura del setentista, hegemonista, pisoteador de lo republicano (como le sopla al oído todo “comunicador progre” que se precie) K.

Pero en las clases medias bajas y bajas, y esto es lo más preocupante, el voto a Mauricio desnuda la ausencia por parte de las alternativas “progresistas” de la ciudad de un proyecto de distribución de la riqueza creíble y que entusiasme; y sin esa perspectiva en el horizonte, el voto se piensa como una barrera (mano dura incluida) para evitar que la “inseguridad” arrebate lo poco o muy poco hasta aquí conseguido.

Y aquí es interesante detenerse en el razonamiento de Engels del comienzo de esta nota, atendiendo a la microscópica elección de una izquierda tradicionalmente fragmentada hasta la volatilización. Si aceptamos que el voto en democracia como el “el índice de la madurez” del campo popular y que las opciones de izquierda son su única y natural representación, nuestras conclusiones deberán ser sombrías. Pero si bien es cierto que la dispersión de la izquierda da cuenta de su infantilismo crónico para abordar la realidad; también lo es que en nuestro tercermundista país la representación electoral mayoritaria de lo popular –contenida en ello la clase trabajadora- históricamente ha seguido derroteros policlasistas. Y esa fue la opción - siempre difícil de plasmar en la ciudad capital- que drenó votos hacia el macrismo en esta elección. A ello aportaron la impotencia de la centroizquierda (responsable del gobierno en los últimos dos períodos) y la errada estrategia electoral del gobierno.


Sobre la naturaleza del kirchenerismo.

El sorprendente festejo de Filmus luego de un segundo puesto a más de 20 puntos del primero, habiendo “quemado” en la campaña a dos ministros del gabinete nacional, fue el consecuente cierre de una estrategia autista para la capital federal y un anticipo de lo que iba a deparar la segunda vuelta. Y esto no tiene que ver en absoluto con las cualidades –positivas- de Ministro de Educación como candidato.

Telerman en tanto animal político hizo lo que tenía que hacer en el marco de la cancha que le marcó el gobierno: buscar anclajes electorales que le permitieran competir para ganar: De allí sale su alianza con Carrio. El dato político es que primero no buscó a la mística de epidermis pilosa sino a K. Y Kirchner (mirando a través de la aguda percepción de Alberto Fernandez) al rechazarlo, se fabricó una encerrona donde termina construyendo el escenario para la victoria de Macri.

Y aquí nos adentramos en un elemento sustancial: la esencia de la construcción de poder del peronismo: subordinación o muerte. Desde Cipriano Reyes (pasando por Scalabrini Ortiz o Jauretche, - también y por otras razones por Vandor- , J. W. Cooke o la Tendencia) para acá, el liderazgo peronista no acepta la autonomía. Y este es su límite más complejo.

Entendemos al Kircherismo como el espacio privilegiado donde acumular representación, organización y masa crítica para el campo popular en una alianza de clases. Es decir, lo caracterizamos como una alianza de clases dirigida por distintos sectores de la burguesía local (y que contiene a buena parte de los sectores populares), con niveles de enfrentamiento con el capital financiero y las multinacionales (enemigo principal) en la lógica de acumulación y distribución de la renta.

De allí y en la inteligencia que alianza de clases no implica conciliación de clases, puede entenderse al de Kirchner como un gobierno en disputa desde que para distribuir la renta tiene que haber un modelo de acumulación que la genere y ese modelo es objeto de una fuertísima puja.


Ser o no ser; la encrucijada de la izquierda del kirchnerismo

En esa puja, el acumulado simbólico, político y de masa crítica de los sectores que piensan en un proyecto nacional de integración regional, con un Estado fuerte (apuntalado con organización y movilización de masas) que planifique el desarrollo productivo asignando los recursos según una mirada política (es decir contemplado la correlación de fuerzas pero incidiendo en la misma) y con fuerte capacidad de decisión sobre la modalidad específica de acumulación del capital (es decir armando un "mapa" económico entre capital extranjero, local, formas sociales de producción y propiedad estatal) con sentido autónomo, es muy bajo.

Por ende, las principales tareas de las fuerzas políticas que comparten esa lectura, son por una parte, apuntalar la continuidad de esta oportunidad histórica, y por otra sumar representación, gestión y poder político para incidir en la disputa al interior del frente nacional.

Pero resulta que el gobierno, parece cerrar la puerta del aumento de representación política para los que así piensan. Y esto tiene absoluta lógica en una escena donde la coyuntura económica (de relativa bonanza) y la debilidad política de los sectores más concentrados del capital (para construir liderazgos fuertes), no generan batallas políticas intensas (como por ejemplo en Venezuela o Bolivia) donde las mayorías en la calle sean determinantes.

Esta "crisis de función" de la "izquierda kirchenerista", obliga a leer atentamente cada situación concreta en cada momento concreto para encontrar la mejor combinación que de cuenta de las dos responsabilidades políticas de las que hablamos más arriba. Es decir, en otras palabras, donde y cuando hacer jugar la autonomía para mejorar la representatividad en el marco general de no debilitar la continuidad del gobierno.

Apostar acríticamente a las estrategias de gobernabilidad actuales, (que se empeñan en alejar al kircherismo de cualquier contaminación "populista". Es decir, operando con cierto horror a las masas organizadas y movilizadas) con seguridad fortalecerá en algún momento, por decirlo en ejemplos históricos, la versión siglo XXI del golpe de 1955, (o del suicidio de Getulio, o del reemplazo de Velazco Alvarado o de la coptación del MNR, etc, etc, etc.). Claro está que tampoco se puede apostar irreflexivamente solamente a la confrontación dentro del Frente Kirchnerista sin las necesarias mediaciones de poder, tiempo y espacio. Manejar esa tensión es el desafío más trascendente de la que llamaremos la izquierda del proyecto nacional.


Como blindar las organizaciones populares

A pesar del amplificado impacto político de la victoria macrista, las inmediatas encuestas aparecidas en torno a la intención de voto para las presidenciales, dan a la candidata del gobierno, en el peor de los casos, el mismo porcentaje que todos los candidatos opositores sumados (Diario Clarín 1/7).

En este escenario de continuidad, pero también de lo que seguramente será una nueva etapa, la derrota en Capital Federal abre interesantes perspectivas para reflexionar sobre los caminos de la acumulación de las organizaciones populares; sobre el pasaje al acto de constitución de la voluntad que corra los límites de la correlación de fuerzas en épocas no épicas sino de una confusa opacidad.

Adelantamos algunos ejes para el debate:

1- El sostenimiento de la posibilidad: En el marco de debilidad relativa antes descripta, si la estrategia de las organizaciones populares se contrapone a la continuidad del escenario actual estará achicando los tiempos de su necesaria maduración.

2- La acumulación (de fuerzas, representación política y simbólica): Elaborar una estrategia de acumulación en el corto y mediano plazo, buscando las brechas por donde irrumpir con la renovación y la representación políticas (para lo cual es necesario un exhaustivo mapa del Estado y las demandas populares en cada frente, municipio y provincia), estableciendo los mecanismos de acción-negociación-presión para desplegarla en cada caso concreto.

3- La disputa por los ejes de profundización del modelo: Es imprescindible recortar dentro del campo político-simbólico del proyecto nacional aquellos ejes que signifiquen el máximo de profundización posible del rumbo, y convertir a las organizaciones populares en firme abanderadas de los mismos ante la sociedad.

4- La democratización de la organización: Partiendo desde la realidad concreta de los actores sociales y políticos, impulsar el protagonismo en la toma de decisiones. Una organización de sujetos activos es imprescindible para el fortalecimiento de la real acumulación popular.

5- La formación y la capacitación de cuadros: Los importantes y novedosos desafíos políticos que la etapa impone a las organizaciones hacen imprescindible un esfuerzo permanente y sistemático por dotar a las mismas de los elementos teóricos, técnicos –y de síntesis de las experiencias concretas- para abordarlos.

6- El despliegue de una fuerte voluntad de articulación y unidad: Impulsar una permanente política de identificación y acercamiento de posibles aliados, encontrando ejes y prácticas de profundización de los acuerdos.

Son evidentes las complejas tensiones que existen entre las rupturas y las continuidades que presenta la nueva etapa política. La dinámica de acumulación y disputa al interior del kirchnerismo da cuenta del vigoroso despliegue de estrategias de los distintos sectores y sus representaciones político-sociales para incidir en un escenario de correlaciones de fuerzas en constante transformación.

Las fuerzas populares tienen la obligación de no confiar más que en sus propias fuerzas. Flaco favor le hacen a su propia acumulación las apelaciones a la “justicia” de sus posiciones en la espera de reconocimiento político o institucional. La lucha política –y esto vale al interior de una alianza de clases- es una confrontación de intereses; y la claridad en el análisis sobre cuales son los intereses en juego, sus representaciones y acciones es sustancial para desplegar una estrategia propia y no terminar jugando con las cartas (prácticas, discurso y motivaciones) de otros.

Saltar por arriba la falsa dicotomía entre el posibilismo y el testimonio; recorrer esa estrecha cuerda de acumulación que lleva a hacer posible lo necesario, implica no desestimar los debates necesarios bajo la acusación de idealismo ni rechazar desde un falso purismo las consecuencias concretas de la alianza asumida. La audacia y la amplitud necesarias tienen como prerrequisito la permanente consolidación de la solidez ideológico-política de las fuerzas populares, pues allí reside la fortaleza para atravesar los complejos desafíos del presente.








26 jun 2007

"SUR en los medios"


El pasado miércoles 20 de junio se llevó a cabo una masiva protesta por parte de docentes y alumnos de la Universidad Nacional de Cuyo; en contra de la apropiación de tierras pertenecientes a la UNC por parte del empresario Alfredo Vila.

En el marco de dicha protesta, el Movimiento Universitario SUR, decidió participar de la campaña de recolección de firmas (convocada desde el rectorado) , para luego ser llevadas ante la justicia. De este modo, es que se colocaron carteles con dicho eje, para que una vez más el movimiento estudiantil, pueda reivindicar sus derechos, y a su vez, los de toda la ciudadanía; ya que la universidad debe estar a favor de los intereses de las clases populares.

Esto llamó la atención de los medios, ya que expresa la capacidad de organización y lucha que tenemos como estudiantes a la hora de defender los intereses públicos de la nación.

"MOVIMIENTO UNIVERSITARIO SUR, una vez más haciendo oír la voz de los estudiantes."








22 jun 2007

MOVIMIENTO UNIVERSITARIO SUR


¿QUIÉNES SOMOS?


Una de las formas más fáciles de describir quienes somos, es mostrarles aquellos personajes que a través de la historia reivindicamos, a causa de su lucha, y de las conquistas que obtuvieron como resultado de esas luchas.


Por esta razón es que Bolivar, San Martín, Evita y el Che son algunos de los personajes que destacamos y tomamos como ejemplo de lucha y militancia!!!!!!!!